miércoles, 26 de agosto de 2009

Desde Beirut con amor...

Este año las bodas se han comido nuestro presupuesto vacacional. Sin embargo me niego, a pesar de ser apodado madrilator por mis amigos, a quedarme en Madrid. Por esa razón, lamari y yo, en vista de que no tenemos recursos económicos, hemos decidido tirar de recursos personales: la imaginación.

Estamos sentados el uno al lado del otro. Ella trabaja en su Mac y yo en mi PC. El suyo es más bonito. El mío es más fácil de manejar. El suyo es sobremesa. El mío es portátil, así que me lo puedo llevar donde quiera.

Nuestra imaginación también es portátil, así que lamari y yo hemos decidido llevarla allí dónde nuestro contexto nos lo pone más fácil: Beirut.

Muy bien, aquí estamos, en Beirut. Podemos oír los ruidos sin dificultad desde nuestro balcón. Hay gritos, sirenas, peleas, máquinas que martillean el suelo, bien en pos de la reconstrucción, bien en pos de la creación de una trinchera o un refugio antimisíles. La atmósfera está cargada de partículas en suspensión que flotan venidas desde el suelo arenoso. También está vestida de un canícula infernal que abrasa los bronquios al respirar. AAAAAAAAAyyyyyyyy, qué bonita es Beirut (?).

Lamari y yo bajamos a la calle a veces, en busca de algún local que permanezca abierto y nos den café. Es difícil encontrar en Beirut un local abierto. Nosotros sabemos que es por las vacaciones, pero nos gusta imaginar que los bombardeos han arrasado los bares que conocíamos. Ahora buscamos otros locales diferentes y entramos, están llenos de guiris, y nos gusta pensar que es la prensa extranjera que, como nosotros, tiene que buscar los únicos bares abiertos. El resto de bares están cerrados o de obras (los bombardeos los habrán machacado y sus dueños tienen que reconstruirlos).

En ocasiones cogemos el coche para ir a por provisiones. La vida en una ciudad en guerra es dura. De eso te das cuenta cuando utilizas un medio de transporte para moverte, porque es entonces cuando recorres las calles llenas de grietas y barricadas. Los obreros se afanan en la pronta recuperación o sanación de las heridas que ha sufrido el asfalto, aún sabiendo que, casi con total probabilidad, dentro de un año, el tramo de ciudad que están reconstruyendo, estará otra vez rasgado de arriba abajo. Como decía moverte es extraño: Hay calles cortadas, prohibidas que antes no lo eran, barricadas rojas y blancas que te impelen a desplazarte hacia un carril en una calle que antes tenía tres. Los coches se atoran, pitan, hay frenazos y acelerones. Todo el mundo conduce un poco por instinto, sin mirar los retrovisores. Se establece un acuerdo tácito en el que todo el mundo mira qué es lo que hace el de delante tuyo, mientras que le pides a Alá (estamos en Beirut) que el que está detrás de ti haga lo mismo contigo.

Si sales a pasear por la noche, cuando la frenética actividad de reconstrucción ha cesado, cuando ya no se oyen los martillos neumáticos, las radiales, las excavadoras, la actividad tampoco resulta del todo agradable. Toda la prensa extranjera anda borracha por las calles llenas de zanjas. El otro día, uno de estos periodistas extranjeros y mamao, cayó en una de ellas situada en la puerta del sol de Beirut. El hecho desató una carcajada generalizada del resto de periodistas que pasábamos por allí. El periodista en cuestión no se lo tomó a mal y también sonrió.

Las partículas en suspensión que se elevan durante el día e impregnan el hotel en el que habitamos lamari y yo, descienden durante la noche. No se puede vestir de negro en Beirut. Por el día porque morirías asfixiado. Por la noche porque vuelves blanco a casa.

Lamari y yo tratamos de buscar un lugar seguro y entero en este Beirut veraniego, pero se nos torna en misión imposible. Vayamos donde vayamos, siempre hay obreros que reconstruyen lo que otros han destruido antes. El alcalde de Beirut manda mensajes tranquilizadores diciendo que va a quedar muy bonita. Se ha empeñado en que las olimpiadas del 2016 se van a celebrar aquí, así que dice que no hay mal que por bien no venga. Yo recomendaría que nadie venga aquí porque bien no se está, sino que se está mal.

Beirut, al menos en verano, es una ciudad incómoda y hostil. Está toda cercenada y abierta en canal. El calor es demencial y la falta de agua dispara los precios de todo. Pasear es una tarea estúpida, pues sólo puedes contraer una insolación o provocarte un esguince. Si decides moverte en coche, puedes acabar con la suspensión rota, un golpe o un rayón en cualquiera de las puertas provocado por una valla o una señal de las que conforman las barricadas, y encontrar sitio es una tarea harto complicada, amén de cara (2,80 cada dos horas en el mejor de los casos).

Tengo la suerte de que un primo mío vive en las afueras de Beirut, y la seman pasada fuimos a visitarlo. No tener ruidos, no tener un calor asfixiante, no tener partículas en suspensión, y tener una piscina, nos pareció el paraíso. Quizás volvamos allí a finales de esta semana.

El año que viene, esperamos que la redacción nos mande a cubrir otra ciudad distinta. Nos conformamos con algo más amable y menos hostil. Una ciudad menos puta y en mejores condiciones físicas. Una ciudad que no esté en la UCI con miles de cirujanos abriendo y suturando en diferentes partes de su anatomía. Hasta entonces, lamari y yo seguiremos aquí, cubriendo las noticias que la redacción nos mande.

Rub para CNN-Blogosphere.

8 comentarios:

María dijo...

Ay, qué duro el trabajo de reportero de guerra... si es que...

Rub dijo...

...así no se puede (gran blog).

María dijo...

Eso, eso, tú publicita!! jajajaja

La Marca Amarilla dijo...

مرحبا!
لكن بيروت على الشاطئ!

تحيات! ;-)

Rub dijo...

Hostias!!! la marca amarilla también anda por aquí, y se ha afanado a aprender el dialecto local...

Naïf dijo...

Fantástica opción, Rub, siempre supe que eras un chico imaginativo... Nosotras podemos imaginarnos que estamos en las Shetlands o algo así, creo que nos toca lluvia para no variar.

María dijo...

Tía, Pink, hay que ver el lado positivo... ¿has visto la colección de zapatos de invierno de La Salita? Pues eso

Rub dijo...

Gracias pink. Ahora, en lugar de cenar, vamos a imaginarnos que estamos en el naif (uy, se me acaba de hacer la boca agua)