miércoles, 3 de septiembre de 2008

SINDROME POSTVACACIONAL

El despertador sonó a las siete y cuarto de la mañana. Se levantó de un salto como acostumbraba a hacer, porque había descubierto que si remoloneaba le sería imposible levantarse más tarde. Medio empalmado, y con los ojos aún sin abrir, se dirigió a la cocina. De manera automática llenó la cafetera de agua, metió el filtro, lo colmó de café, apretó la parte de arriba, y la puso en el fuego. Volvió al dormitorio y entró a mear en el cuarto de baño. Se mojó el dedo índice y se lo pasó por los ojos como para obligarlos a abrirse. Tiró de la cadena y salió atravesando de nuevo la estancia en la que ella aún permanecía dormida. Él esperaba ansioso a que saliera el café para encenderse el primer pitillo del día. Por alguna absurda razón, cuando empezó a fumar, se había prometido no hacerlo nunca en ayunas, y aunque en alguna ocasión había incumplido su promesa, por lo general intentaba llevarla a rajatabla. Tres sorbos de café y encendió el cigarrillo. Puso el televisor y vio el telediario matinal. Hablaban del síndrome postvacional y su sintomatología: irritabilidad, cansancio, tristeza, etc. Tomó conciencia de que era su primer día de trabajo después de su mes de vacaciones. "joder, parece que jamás me haya ido de viaje" -pensó-. Se duchó, se vistió, le dio un beso largo en la frente intentando no despertarla, y salió de casa camino a la oficina.

Cuando el ascensor llegó a la planta en la que trabajaba, se abrieron las puertas y oyó: "Cabronazo, qué moreno que estás!". Se sonrió y avanzó con paso firme y jovial a abrazarse con Manuel, Miguel, Laura, Rosa, Alfredo y demás compañeros.

Se sentó en su sitio y todo estaba tal y como él lo había dejado. La sensación le pareció inquietante. De nuevo pensó "joder, parece que jamás me haya ido de viaje". Encendió el ordenador y comprobó que tenía 283 nuevos mensajes. Se percibió un pequeño incremento de la frecuencia cardíaca y optó por preguntarle a Miguel si le apetecía bajarse a tomar un café. 

Rafa, el peculiar camarero de el buendía, salió de la barra y le dio un efusivo abrazo mientras le saludaba muy a la española "¿qué pasa, hijo puta? si vienes negro, cabrón". Miguel y él hablaron de sus vacaciones, de la crisis del país, de la empresa que seguía igual que siempre, y del síndrome postvacacional. A este respecto, Miguel le comentaba que no podía dormir bien, que estaba irritable al llegar a casa, y que se encontraba terriblemente cansado. Él, por su parte, le decía que quizás estuviera un poco apenado, pero poco más.

Después de desgranar todo el correo electrónico, descubrió con alivio que sólo eran realmente importantes 25 mails. Se propuso acabar con 15 antes de la comida y 10 después. Lo consiguió y se fue a casa con la satisfacción del deber cumplido.

Aprovechando que todavía era de día, y que la temperatura debía rondar los 26 grados, decidió volver caminando a casa. Una hora más o menos. Durante el trayecto pensaba que su trabajo no le gustaba en demasía, pero tampoco era algo que se le hiciera insoportable ni mucho menos. Le parecía un trabajo entretenido por momentos, y útil para la sociedad. No había grandes cotas de estrés salvo en momentos puntuales. Se sentía bien remunerado y gozaba de grandes beneficios sociales. Además, tenía la posibilidad de jubilarse a los 50 años. Sin embargo, lo que más apreciaba, era el hecho de haber coincidido con unos compañeros estupendos con los que se llevaba fenomenal. Todos los miércoles salían a tomarse unas cañas para celebrar que ya había pasado la mitad de la semana, y el primer viernes de cada mes salían a cenar para celebrar la nómina. Contaba con muchos amigos entre los compañeros, y eso era algo que no mucha gente podía decir. Su jefe, además, era bastante bueno y comprensivo, salvo algún día en el que aparecía con el pie cambiado. En general, se sabía un tipo afortunado.

Mientras seguía caminando se sacó la camisa por fuera y se guardó la corbata en la cartera de cuero que ella le había regalado estas vacaciones . La habían comprado en un mercadillo. Él se la probó y ella le dijo que estaba guapísimo. Recordó la escena y sonrió para sí mismo. Se percató de que las dos veces que había estado triste a lo largo del día, habían sido fruto de haber recibido dos mensajes de ella. Uno decía "chupete de melón" y el otro "fragotela sin hueso de humo", a los que él había respondido respectivamente "churifuri onduluri" y "tu culito redondito que se esfuma a lo Giorgione". Sin duda esas vacaciones, como tantas otras, establecieron un código personal que nada dice a los ajenos y tanto estimula a los propios. Comprendió que su síndrome no derivaba de la vuelta al trabajo, sino de la separación de su ser amado. Anhelaba pasear de la mano con ella mientras atardecía. Vestirse con informal elegancia para salir a cenar. Despertarse excitado porque ni ella ni él tenían que hacer el desayuno y bajar corriendo para reventar a comer. Anhelaba reírse de cualquier cosa en cualquier momento con ella. Verla tomar el sol plácidamente mientras él rezongaba y juraba en hebreo porque había una avispa rondándole. Discutir en el coche porque ella le decía que mirase el paisaje y él le decía que no podía, que tenía que estar pendiente de un trápala que iba detrás de él comiéndole el culo, y que si quería que mirase el paisaje, pues que condujera ella. Anhelaba que ella se riera de él porque enfurecía cuando tenía hambre. Anhelaba ir a visitar algo que la gente decía que "es mu  bonito. Eso es una maravilla que hay que verla antes de morirse", y ellos dos se miraban, se reían y decían "pues vaya mierda", y se iban a tomar un café al bar más cercano. Anhelaba  estar a todas horas al lado de ella y no cansarse nunca. Verla reir, bañarse, cambiarse de ropa, ducharse, mear, untarse protector solar y body milk. Anhelaba tirarse un pedo en el coche y que ella le preguntara si se había tirado un pedete "yo? yo no, viene de fuera que están abonando" y ella contestaba "hombre, si no fuera porque estamos recorriendo la carretera de la costa, quizás hubiera colado"; entonces él se reía y ella abría la ventanilla. Anhelaba dormir a su lado como siempre, pero saber que al despertarse no se separarían en todo el día.

Al llegar a casa ella le preguntó que por qué lloraba. Él sólo acertó a contestar: Este jodido síndrome postvacacional...